Pensaba que todo ésto había terminado. Que ya nada iba a ser, y mucho menos como antes. Pensaba que me esperaban muchísimas noches sin dormir, y muchísimos días eternos sin ti. Creía que iba a ser todo oscuro, todo negro en mi vida, acostumbrada a la luz que me traía tu presencia. Tu puta presencia que me lo da todo. Y, entonces, me di cuenta de que estaba perdiendo la esperanza. Dicen que eso es lo último que se pierde. Y yo no iba a permitir a que tú fueras después en mi lista de prioridades; me negaba a perderte antes que cualquier otra cosa. Aunque aquella cosa fuera la esperanza. Entonces tiré la toalla con más fuerza que nunca, me dejé como siempre, a merced del destino. Y éste hizo bien su trabajo.
Así que escúchame, créeme cuando te estoy diciendo, que perdí la esperanza, y con ella el miedo. Me perderé a mi misma mil veces antes de no tenerte. Que ya no tengo nada, pero que me niego a que te unas a esa lista de interminables cosas que he dejado en el camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario